Eran las 8:30 de la mañana. La neblina matinal envolvía todas las calles del puerto, no hacía frío, o al menos no lo sentíamos. Estabamos vestidos para la ocasión, era invierno así que estabamos relativamente abrigados, todos de negro.
A dos cuadras, 8 compañeros esperaban la señal acordada dos noches antes. Luego de meses de planificación, el día había llegado, nada podía fallar, nada debía fallar. Cualquier error podría costar mucho.
Estabamos listos, preparados, dispuestos, algunos tenían miedo, se notaba en sus ojos, en sus caras, otros, estaban concentrados, pensativos. No había tiempo para el arrepentimiento, en esos instantes sería traición, y todos sabíamos que era mejor no pensar en eso.
Nuestro grupo, de 10 hombres, esperó dentro de la camioneta una hora, mientras los locatarios de las tiendas alrederor habrían las puertas de sus locales y la gente comenzaba a circular por las calles aledañas al lugar elegido.
Varios tipos de terno y corbata comenzaban a llegar al edificio con enormes pilares, que era nuestro objetivo de acción. Eso era un buen indicio. La actividad había comenzado al interior de éstey también fuera.
A las 10 am en punto bajamos de la camioneta, por celular M dio la señal acordada. Nos pusimos los pasamontañas, soltamos los seguros y comenzamos a correr hacía el objetivo...no había retorno.
Por varios minutos se oyeron gritos, algunos disparos, y fuertes rafagas de metralleta, ninguno de nosotros salió herido, hay que seguir hasta el final, no hay retorno.
Varios tipos con chaquetas y ternos nos miran asustados, algunos solapadamente sonrien, pero ninguno hace nada, tampoco se oyen disparos.
Estamos en la sala de sesiones...habíamos tomado el Congreso Nacional.